..........Hubo épocas en las que no pude permitirme
sacrificar la flor del momento presente por ningún trabajo, sea mental o manual. Me
gusta contar con un amplio margen para mi vida. A veces, en una mañana de
verano, habiendo tomado mi acostumbrado baño, me sentaba en mi soleado umbral,
desde que salía el sol hasta el mediodía,
transportado a un sueño en medio
de los pinos y nogales americanos y zumaques, en soledad y tranquilidad no
alteradas, mientras las aves cantaban alrededor o revoloteaban sin ruido a través
de la casa, hasta que recordaba la marcha del tiempo por el sol que daba sobre mi ventana occidental, o el ruido del carro de algún viajero en la distante carretera.
En esos lapsos, yo crecía como el maíz en la noche y eran mucho mejores
que cualquier obra manual. No eran tiempos sustraídos de mi vida, sino
ratos muy superiores a los que me permitía corrientemente. Comprendí lo que
los orientales entienden por contemplación y abandono del trabajo. En su
mayor parte no me daba cuenta de que pasaban las
horas. El día avanzaba como para
alumbrar alguna tarea mía; era la mañana, y he naquí que ahora es el atardecer y
nada memorable he hecho. En lugar de cantar como las aves, sonreía
silenciosamente a mi incesante buena fortuna. Como el gorrión tiene su gorjeo,
asentado en el nogal sobre mi puerta, así tenía yo mi
risa o trino sofocado que podía
aquel oír y que procedía de mi nido. Mis días no eran días de la semana, que
llevaran la estampa de paganas deidades, ni estaban divididos en horas, o agitados
por el tictac de un reloj; yo vivía como los indios Puri, de quienes se dice
que tenían solamente una palabra para ayer, hoy y mañana, y expresaban el
particular significado de ayer señalando hacia atrás, de mañana apuntando hacia
adelante y de hoy indicando lo
que tenían sobre la
cabeza. Esto sería para mis
conciudadanos una pereza extraña, no hay duda; pero
Un hombre debe encontrar sus
ocasiones en sí mismo, es verdad. El día natural es
muy tranquilo y difícilmente le
reprochará su indolencia.

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